viernes, 20 de febrero de 2015

- Teórico Nº 16: Diseños de la violencia

Viernes 20 de febrero


TEÓRICO Nº 16
DISEÑOS DE LA VIOLENCIA

Guías de lectura

“Diseños de la violencia”    
Capítulo 16 de DISEÑO.COM
1.         La violencia a partir de cuatro “supuestos” cotidianos
2.         Subjetividades históricas de la violencia. Historicidad de la violencia en nuestro país.
3.         (sigue, sigue, sigue...)
4.         La violencia es “natural” en el hombre (en los seres humanos).
5.         La violencia es “cultural”.
6.         Parafraseo sobre la definición de Lengua en Saussure.
7.         Política y violencia. Antes y ahora.
8.         La inseguridad y el miedo como subjetividades.
9.         La difusión como estrategia de disciplinamiento social. La enunciación de la violencia.
10.      Diferencia entre Discurso de la Violencia y Discurso Violento.
11.      Diferencia entre Diseño de la Violencia y Diseño Violento.
12.      Las metáforas del “jueguito”.
13.      Las distintas interpretaciones de las distintas disciplinas.
14.      El no reconocimiento del Otro.
15.      Transgresión y violación. Diferencia.
16.      El tercero ausente.
17.      La “encerrona trágica”.
18.      Definición de violencia según Feinmann.
19.      La devaluación de la metáfora.
20.      Código y discurso.


“Democracia y violencia”,  en La sangre derramada
José P. Feinmann
En Módulo 2
1.         La sangre derramada... “no será negociada”.
2.         Los “pactos de sangre”.
3.         El juramento de fidelidad y la traición.
4.         La no negociación.
5.         La lógica de la guerra.
6.         Una definición más de política.
7.         Las consignas de “muerte”. Pensar como discursos.
8.         Las teorías de la violencia: dos facetas.
9.         La violencia como “partera de la historia”.
10.      La historia tramada por el crimen. (metáfora “textilera”)
11.      “En el comienzo fue el crimen...”
12.      El tema de la igualdad.
13.      Todos somos desiguales. ¿En qué?
14.      Democracia y violencia.
15.      Democracia y desesperación.
16.      Democracia y desesperanza.
17.      El desamparo de los desamparados. Juntar con texto de Ulloa.
18.      El “Fin de la Historia”.
19.      La ratio económica. La racionalidad económica. La racionalidad del “Mercado”.
20.      El hombre como medio y como fin. Ética de fines y ética de medios.
21.      La “tasa de sufrimiento”.
22.      Un hombre es un hombre.
23.      El Che Guevara:  “Ellos volverán a matar”.
24.      La insurgencia armada como camino. Violencia y contraviolencia.
25.      La desaparición: La “muerte argentina”.
26.      La democracia como construcción del sujeto crítico.
27.      ¿Hay violencia legítima?
28.      La democracia como resolución de la violencia.
29.      Nada justifica a la violencia dentro de la democracia, nada justifica que la democracia conduzca a la desesperación. (la “encerrona trágica” del desamparado).


TEXTOS COMPLEMENTARIOS OBLIGATORIOS
Fernando Ulloa
DISEÑO.COM
Capítulo 16     Pág. 257
1.         Ternura y tierno.
2.         Los despojados.
3.         Los sobrevivientes.
4.         Ternura: la ética del sujeto.

Gregorio Klimovsky
DISEÑO.COM
Capítulo 16     Pág. 258
1.         Distintos factores de la violencia:
2.         Lo económico social.
3.         La corrupción.
4.         La frivolidad.
5.         La intolerancia.
6.         La cultura de la droga.


TEXTO COMPLEMENTARIO OBLIGATORIO

Las violencias de la lengua

por Maite Alvarado

            Según la forma en que se las utilice, las palabras pueden traicionar a su pronunciador. A veces la metáfora tiene sus riesgos, el cansancio pasa a ser   fusilamiento y el hastío se transforma en pudrición.

            Juan Carlos Mareco, contraído, miraba hacia la platea en busca de algún rostro amigo, un poco de luz, una idea, cualquier frase que lo rescatara del mal rato. Ansiaba, entre los silbidos, olvidarse para siempre de esa jornada inaugural del Festival de Cine Español, dejar atrás la gente que desde la platea le decía, el último 18 de junio, de todo menos simpático. Refiriéndose a los gestores del cine español, Mareco –casi espontáneo- armó la frase allí mismo, con palabras en danza en esos días. “Debemos rendirle –dijo- la obediencia debida al talento de los artistas de ese país.” El eco de la frase fue un silbido. El hombre supo entonces, esa noche, que el inconsciente puede jugar una mala pasada, eligiendo –sin que uno quiera- una metáfora de dudoso gusto.
           

            En otros tiempos, la metáfora era considerada como una figura ornamental, un capricho de estilo que permitía a los poetas disfrazar el lenguaje para “hacer el verso”.
            De unos años a esta parte, la lingüística y el psicoanálisis han llamado la atención sobre la cotidianidad de la metáfora. El pensamiento analógico que la funda aparece muy temprano en el ser humano: el chico que llama “tren” a una antigua cámara fotográfica que exhibe su fuelle desplegado, está haciendo una metáfora. Claro, también la hace el adulto que trata al niño de “burro” o “marmota”, que además le enseña el valor de la sustitución analógica y su poder de persuasión. El niño experimenta así, en carne propia, la humillación de la condición animal.
            La equivalencia entre el intercambio verbal y la guerra, sin ir más lejos, ha quedado registrado en un repertorio de metáforas de uso generalizado: ¿quién, alguna vez, no contraatacó con otro argumento, o defendió su posición a muerte, o dio en el blanco, o bombardeó a su interlocutor con preguntas, o acosó al adversario hasta derrotarlo, o se dio por vencido, o desplegó nuevas estrategias, arremetió, descargó su artillería y venció?
            Argentina, a matar o morir” tituló, a seis columnas, ocupando toda la página, una edición vespertina del diario La Razón. La nota no se refería a ningún conflicto bélico sino a un partido que la selección de fútbol protagonizaba, por la Copa América, frente a Ecuador.
            A veces la metáfora esconde, sugiere, metaboliza. “Hoy, en el Día del Periodista –graficaba un chiste de Limura-, quiero hacer un agradecimiento a la elipsis, a la metáfora y al eufemismo, gracias a los cuales los riesgos más graves de esta profesión, una de las más peligrosas del mundo, han quedado, en mi caso específico, confinados a los rincones más oscuros de mi estilo.”
            Otras, en cambio, despliegan abiertamente situaciones, hechos, historia. “Cuando llegué a Europa, después de muchos años, en mi primer café con una amiga, me sorprendió sobre todo una frase. ‘Ahora me persigo con que no voy a poder pagar el alquiler’, me dijo. Me quedé pensando. No dijo ‘estoy angustiada’, ‘me preocupa’, ‘me obsesiono’, incluso. Dijo ‘me persigo’. Fue clarísimo: allí me estaba mostrando muchas de las cosas que habían pasado acá”, explicaba una actriz exiliada durante años en España.
            Las distintas disciplinas científicas, se sabe, han aportado a lo largo de la historia vocablos propios a otros campos, permitiendo así la acuñación de sistemas de metáforas: la mecánica plagó el discurso de las ciencias sociales y políticas de palancas, resortes, engranajes; la biología aportó, en su momento, organismos, anticuerpos, antídotos y virulencia; la química también dejó su huella, precipitando, neutralizando, cristalizando y corroyendo; más recientemente, la electrónica hizo posible emitir, detectar, amplificar, codificar, modular, tener buenas y mala ondas; la informática, por su parte permitió que cualquier hijo de vecino optimice y minimice como si fuera moco de pavo.
            Ahora bien, si la efectividad de la metáfora literaria reside en su originalidad, en el hallazgo de una semejanza inusitada entre realidades distintas, las metáforas cotidianas deben su éxito, en cambio, a lo evidente de su analogía, que garantiza un reconocimiento cierto. Por eso suelen recurrir a menudo al acervo popular (que dice que los zorros son astutos y las brujas maliciosas, entre otras cosas) o a la experiencia compartida. Ése es el caso de la multitud de metáforas de la lengua coloquial que los argentinos hemos ido acuñando en los últimos tiempos y a través de las cuales se habla, sin darse cuenta, del terror, de la represión y la violencia.
            Una joven que ha decidido no volver más a su novio, quizá le cuente esa noche a una amiga, con cierta angustia: a Pablo le corté el rostro; Mató mil, se dice para agasajar a alguien después de una buena performance; lo mandé en cana, lo mandó a guardar, lo botoneó, para ejemplificar la labor de algún obsecuente en el trabajo; entre los amigos, un adolescente, después de su primera cita amorosa, dirá, con evidente orgullo, la dejé muerta; achicá el pánico se le puede sugerir a un compañero que se queja por la demora del colectivo; dejar en descubierto a alguien, frente a terceros, es incinerarlo; después de una negociación muy costosa, con dificultades, se resuelve apretando al otro para que firme de una vez el documento. Ya nadie, después de 12 horas de trabajo sin parar, habla del cansancio, estoy fusilado ejemplifica mejor. Le di con un hacha era, antes, le batí la justa o le chanté las cuarenta.
            Acaso como corolario de una metodología represiva que no se ha podido olvidar, si se quiere definir al nuevo marcador de punta de Boca Juniors o criticar a un joven novelista sólo voluntarioso se dice, sencillamente, que no existe, lo hacemos desaparecer.


TEXTO COMPLEMENTARIO OBLIGATORIO
Parejas y violencias
Final del formulario
Por Eva Giberti
Publicado en Página/12 el 5 de febrero de 2015

            Las consultas por diferencias entre los miembros de las parejas tenían, hace años, coincidencias notables. O bien querían separarse y antes de hacerlo se prestaban a una terapia de pareja; o bien temían separarse y se trataba de encontrar un camino juntos para salvar diferencias muy sensibles entre sus miembros. Con mayores y menores matices éstos eran los comunes denominadores que se encontraban. Hace algunos años apareció un fenómeno particular. Durante la consulta cualquiera de ellos introduce una expresión absolutamente nueva: ella puede acusarlo a él por ejercer “violencia de género” o bien él puede enfurecerse desde el comienzo del diálogo porque es acusado por “violencia de género”. “¡Yo jamás le he puesto un dedo encima, jamás la he empujado ni he sido violento!”
La respuesta llega muy rápido: “Sí, pero me escondés el dinero que ganás, nunca sé cuánto estás cobrando, cuánta plata recibís por mes y siempre me decís que gasto demasiado y que no te alcanza y yo no te creo...”
            La intervención masculina no tarda en surgir: “Pero qué tiene que ver con la violencia... La violencia es de ella porque me hace la vida imposible con sus reclamos...”
            Y ella no tarda en retrucar: “Porque me quitás mis posibilidades de tener cosas que preciso comprar, porque estoy estudiando y necesito libros...”
El diálogo puede continuar interminablemente si no se disciernen los equívocos entre los antagonistas.
            En primer lugar, el fenómeno cultural es notable: el modo en que se popularizó una expresión –“violencia de género”–, a punto de haberse impuesto como una expresión nacional ajena a su significado real, advierte acerca del éxito de determinadas expresiones que impregnan la escucha y se instalan con fuerza semántica. En segundo lugar, el género se reparte entre hombres, mujeres y personas trans, de manera que hay violencias entre hombres, entre mujeres, entre personas trans y violencias alternadas entre unos y otras.
            El género es el plano abarcativo que se malinterpreta para no reconocer que estamos hablando de violencia contra la mujer, que excede los golpes para cubrir el ámbito de la ley 26.485 que desborda los golpes para introducirse en la violencia obstétrica, económica, simbólica y otras formas de ataque a las mujeres.
Ya sabemos que el lenguaje es tramposo y patriarcal, de manera que existe una profunda resistencia para hablar de violencia contra las mujeres. El punto de inflexión se establece cuando los varones se enfurecen por ser acusados de ejercer violencia “si no golpeo, si no pego, luego no soy violento...”
            Este malentendido aparece en las consultas con una frecuencia muy interesante desde la perspectiva de las intervenciones con parejas porque el desentendimiento se enfatiza a partir de la índole de acusaciones que se intercambian. La expresión “violencia de género” se transformó en un obstáculo epistemológico para enturbiar los desentendimientos entre dos personas que tienen motivos serios para diferenciarse y aun para atacarse, y la discusión se desplaza sobre la expresión “violencia de género”.
            Es muy poco probable que un hombre se asuma como violento si se niega a compartir sus ingresos con su compañera. En décadas anteriores ella me hubiera dicho: “Es avaro, es amarrete, yo sé que gana bien y me limita aquello que debería darme...” Ahora introduce la versión que menciona la violencia de género e irrumpe con una acusación que paraliza al varón, quien se siente injustamente interpelado. Porque no conoce la ley.
            Si han decidido separarse y eligieron utilizar el mismo abogado para ahorrarse trámites y porque hay acuerdos de base para un divorcio pacífico, es frecuente que la terapeuta, por pedido de las partes, hable con ese abogado. También allí se encuentra con el desconocimiento de lo que significa violencia de género en una pareja donde hay dos géneros en juego pero resulta complejo referirse a violencia hacia las mujeres.
            La expresión “violencia de género”, una simplificación de las diversas formas de violencia que se ejerce contra las mujeres, irrumpe en las crisis matrimoniales como un argumento nuevo en cuanto a su aplicación doméstica y su sola mención en una entrevista para una terapia de pareja o en una consulta deriva en una encendida polémica propia del malentendido que continúa corriendo en los laberintos conyugales.
Es suficiente con que la mujer la mencione para que se produzca la cerrada oposición por parte del varón, que insiste en no ser un sujeto violento, asociando violencia con golpes o ataques físicos. En cambio, logra aceptarlo si la mujer intercala la expresión: “Me insulta permanentemente”, como un ejercicio aceptado por el varón con un argumento que deriva de una cotidianidad habitual: “Bueno, pero son las peleas en la pareja... Yo no hago más que decirle las cosas que normalmente se dicen cuando uno se enoja, o se enfurece... pero no me va a decir que eso es violencia de género, no me va a denunciar por dos o tres palabrotas que son cosas de todos los días... tampoco hay que exagerar, no es motivo para una separación”. Sí, pero es motivo para sostener la acusación de violencia contra la mujer.
            El dato significativo que parecería interesante subrayar es la novedad semántica que lleva años inserta en el país, mediante la cual, en las entrevistas con parejas desavenidas, es preciso deslindar los matices y reconstruir las recíprocas acusaciones para entender por dónde atraviesa el corte –que puede ser coyuntural y superable– entre un hombre y una mujer que hablan distintos idiomas sin imaginárselo.
            Ella, que elige mencionar la violencia de género cuando quiere decir violencia contra la mujer y de ese modo se descoloca incluyéndose en una generalidad que excede su intención; y el varón, que no ha logrado entender qué se entiende hoy por violencia y le parece que los insultos, por tomar un ejemplo, forman parte de la cotidianidad y de la convivencia sin admitir que es motivo para ser sancionado.
La técnica de entrevista con parejas –una tradición en las intervenciones psicológicas cualquiera sea la corriente teórica– registra en sus prácticas las modificaciones de las subjetividades de la población acordes con los giros idiomáticos y su aplicación en las variadas oportunidades de cada día.
            En este modelo, es la aparición de la furia del varón cuando lo acusan de violencia de género sin ser golpeador, y la indignación de ella porque habiéndose ganado el espacio para el reconocimiento de las formas de violencia contra la mujer, “es como si no se dieran cuenta de que son violentos...” Es un aprendizaje largo y denso para el género masculino. También hay que preguntarse por qué las mujeres no llaman por su nombre a la violencia contra las mujeres y adhieren a la filiación “violencia de género” que es una nueva trampa de los patriarcados para silenciar a quien ocupa el lugar de la agredida.

Para la clase de trabajos prácticos del lunes 23 de febrero:

Estudiar:
“Diseños de la violencia” (con sus textos complementarios obligatorios).            Capítulo 16 de DISEÑO.COM

“Democracia y violencia”, en La sangre derramada, José P. Feinmann
En MÓDULO 2

TEXTOS COMPLEMENTARIOS OBLIGATORIOS
“Las violencias de la lengua”, Maite Alvarado
“Parejas y violencias”, Eva Giberti
En este APUNTE