miércoles, 3 de septiembre de 2014

- Teórico Nº 12: Postmoda (1ª parte) TEXTO COMPLEMENTARIO OBLIGATORIO

29 de agosto de 2014
TEXTO COMPLEMENTARIO OBLIGATORIO

Memoria digital, a gusto del consumidor
Por Paula Sibilia, para LA NACIÓN, 28 de agosto de 2014.

"Es posible vivir casi sin recuerdos, sí, y vivir feliz así, como lo muestra el animal, pero es absolutamente imposible vivir, en general, sin olvido."

            Esas palabras de Friedrich Nietzsche resuenan en los reclamos que hoy se alzan contra los motores de búsqueda como Google o Yahoo y reivindican el "derecho al olvido" en Internet. Es decir, el derecho a que se borren de la Web datos personales que, más allá de que hayan sido ciertos, en la actualidad perjudican de algún modo al demandante.
            Amparados en la insólita decisión de la Unión Europea, que en mayo de este año resolvió que Google debe atender las peticiones de los usuarios cuando soliciten el borrado de contenidos que los afectan negativamente, han proliferado los procesos judiciales que buscan limitar la información disponible.
            Ese reconocimiento tan reciente del "derecho al olvido" remueve algunos cimientos de nuestra tradición filosófica y hace surgir la duda: ¿estaría consumándose, por fin, en pleno siglo XXI, aquel feliz desprendimiento de las garras de la memoria, defendido por el filósofo alemán en 1873? Quizás sí, aunque no exactamente. Porque lo que entendemos por memoria y olvido, incluso por "ser alguien" y la relación que eso implica con los propios recuerdos, todo eso suele cambiar con los vaivenes de la historia. Y tal vez se haya reconfigurado de modos inesperados en los últimos tiempos.
En todo caso, no sorprende que figuras como Nietzsche o el Borges de "Funes el memorioso" hayan reflexionado sobre los posibles abusos de la memoria, ya que sus obras solían apuntar a ciertos valores vigentes en la época en que escribieron, y, como se sabe, tanto el siglo XIX como buena parte del XX estuvieron obsesionados por la memoria. Incluso Sigmund Freud, autor de una de las teorías más exitosas sobre qué significa ser humano en la era moderna, atribuyó a la memoria un rol despótico: podemos no recordar algo o creer que lo olvidamos, pero todo lo que vivimos nos constituye de un modo profundo y crucial, alimentando lo que somos.          Aunque un determinado episodio no se encuentre clarificado en el plano más inmediato de la conciencia, todo lo vivido está hospedado en sustratos todavía más hondos de nuestra esencia y no hay nada que hacerle: aunque pensemos que no nos acordamos, estamos hechos de esa materia tan esquiva como insistente.
Sin embargo, mucha agua corrió bajo el puente desde aquellas victorianas épocas, y es probable que nuestra relación con la memoria ya no sea la misma. Es cierto que, quizá como nunca antes, hoy se yerguen museos, eventos o parques temáticos para rendirle culto a toda suerte de acontecimientos del pasado, sin dejar de lado la recreación espectacularizada de épocas enteras, mientras infinidad de material periodístico o bibliográfico también se ocupa del asunto. Para no hablar de los blogs, los perfiles en las redes sociales y las toneladas de fotos que acumulamos para documentar cada instante de nuestras peripecias vitales. Pero todo eso convive con una novedad: las herramientas para borrar recuerdos.
            Podría pensarse que el reclamo por el "derecho al olvido" que explotó en Internet tiene su correlato en experimentos científicos más o menos recientes que buscan descubrir una sustancia química capaz de extirpar reminiscencias dolorosas de los cerebros de quienes sufren de "estrés postraumático", por ejemplo. A ese esfuerzo se alude en la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, cuyos personajes recurren a una empresa que vende ese tipo de servicios.
            No es casual que justo ahora emerjan esos sueños de una memoria editable a gusto del consumidor, como si la propia vida fuera un relato contado en soporte digital, cuyos episodios desagradables pudieran ser borrados -o mejor, deleteados- con la eficacia típica de las computadoras.
            Al ser tratados como archivos digitales, los recuerdos dejan de pensarse como aquel ingrediente etéreo y misterioso que nutría la interioridad de cada individuo. Esa esencia oculta y enigmática era claramente analógica, incompatible con cualquier dispositivo electrónico e incapaz de convertirse en información. Por eso, exigía otras técnicas de desciframiento: los viajes introspectivos y las evocaciones retrospectivas, por ejemplo, como rituales para conocerse a sí mismo tratando de darle un sentido coherente al caótico flujo de acontecimientos que componen cualquier vida.
Pero algo parece haber cambiado bastante en ese cuadro. Al operar según la lógica informática, si nadie recuerda que algo sucedió -incluso uno mismo- porque ese dato fue eliminado técnicamente, entonces se puede actuar como si eso jamás hubiera existido. Como quien recurre al bisturí para modelar su aspecto físico, por ejemplo, o como quien edita su Timeline en Facebook o exige que Google oculte imágenes y textos vergonzosos.
            La materia que nos constituye parece haber cambiado sutilmente, transmutando en otra cosa al redefinirse los pilares que sustentan la historia personal de cada uno. Ya no es algo cuyos vestigios se guardan en lo más recóndito del propio hogar (como se hacía con el álbum familiar o con el diario íntimo de antaño, por ejemplo) o "dentro" de las entrañas de cada uno, sino una especie de capital que se debe administrar con el propósito prioritario de mostrarlo. O sea, un relato cuya función primordial es que los otros lo vean. Pierde relevancia, entonces, el hecho de que un determinado evento haya sucedido o no, así como la consecuente manera en que ese recuerdo del pasado afecta al presente y a la "esencia interior" de su protagonista; lo que importa, en estos casos, parece ser otra cosa: cómo lo ven los demás.
Quizás esta polémica tan actual en torno al "derecho al olvido" en Internet sea un nuevo indicio de un cambio histórico de enorme magnitud y complejidad que se viene consumando entre nosotros y cuyos síntomas están por todas partes: la "verdad" no emana más del interior de cada uno, como solíamos pensar hasta hace poco, sino de la mirada ajena. Incluso en lo que respecta a quién se es, quién se fue y quién se podría llegar a ser.